viernes, 6 de abril de 2012
Un día para la reflexión
El Jueves Santo debería ser un día para el silencio, la reflexión sobre el sentido de la presencia del hombre en la Tierra y nuestro nivel de compromiso con el modelo de vida que Jesús n Un día para la reflexión
El pueblo cristiano recuerda hoy la Última Cena que tuvo Jesús con sus discípulos en algún rincón de la ciudad de Jerusalén.
No debió ser fácil para Él esta celebración porque sabía lo que le esperaba: un juicio injusto y la muerte en la cruz, después de un camino de dolores físicos y de dolores del alma, que dejan una huella profunda en el ser humano.
Este día debería ser una jornada de reflexión y silencio para todos los cristianos, en cualquier parte del planeta, sobre su pasado, su presente y su futuro.
Debería ser un día de preguntas:
¿Quién soy, de dónde vengo y para dónde voy?
¿Cuál es la misión por la que estoy en este mundo? ¿La estoy cumpliendo o me hago el desentendido?
¿Estoy intentando seguir el ejemplo de vida de Jesús de Nazaret o lo ignoro?
La reciente visita del Papa Benedicto XVI a México y Cuba nos da muchos temas sobre los cuales pensar y nos deja múltiples retos.
Benedicto XVI volvió a llamar a América el Continente de la Esperanza y de la nueva evangelización. Sobre todo, a Latinoamérica.
¿Por qué pondrá el énfasis en esta región?
¿Por qué habló de re-evangelizarla?
¿Por qué puso el dedo en la dolorosa llaga del narcotráfico?
No olvidemos que el Papa insinuó que, aunque tenemos fe cristiana, muchos nos hemos quedado en los ritos, pero no actuamos como verdaderos cristianos.
Alguien dijo en épocas del férreo comunismo soviético que el enemigo de esa ideología política era el Evangelio, siempre y cuando los cristianos lo vivieran.
EL COLOMBIANO ha afirmado, y lo vuelve a hacer hoy, que si fuésemos buenos cristianos y, por tanto, seguidores del Evangelio, ni este país ni el mundo estarían como están.
Sería un imposible porque, en vez de desentendimiento frente al otro habría solidaridad y compartiríamos lo que somos, lo que sabemos y lo que tenemos. E iríamos más allá: compartiríamos no sólo lo que nos sobra sino lo que nos falta.
Nos dolerían los secuestros, todos los secuestros.
Buscaríamos la libertad en todos los sentidos, pero la diferenciaríamos del libertinaje que nos lleva a actuar inmersos en el egoísmo y la irresponsabilidad.
Si fuésemos buenos cristianos, habría amor y comprensión en vez de rabia y odios.
No habría discriminación sino, todo lo contrario, inclusión.
Seríamos austeros y no caeríamos en las exigencias desbordadas de la sociedad de consumo.
No pondríamos el dinero como el objetivo esencial, que nos esclaviza, sino como un objetivo para vivir con dignidad, sin lujos, sin irritantes diferencias que se vuelven un insulto.
Un insulto, sí, para quienes carecen de los bienes básicos a los que tienen derecho como seres humanos: comida, techo, salud, estudio e igualdad de oportunidades.
Jueves Santo, repetimos, debería ser un día para el silencio, que es más elocuente que las palabras. Un día para hacer una reflexión profunda sobre el sentido de la presencia del hombre en la Tierra. Un día para analizar nuestro nivel de compromiso con el modelo de vida que Jesús de Nazaret nos dejó como herencia.